sábado, 22 de enero de 2011

VENTANAS


Siendo niña yo era muy feliz saliendo a caminar de noche con mis padres, especialmente en verano, cuando la tierra húmeda de los jardines o la de las veredas, esparcía su perfume de frescura y hierba buena.

De noche las casas se humanizaban y tras las ventanas la vida de sus moradores, nos mostraba retazos de sus afanes cotidianos, de ese modo podíamos disfrutar pequeños detalles de los seres que las habitaban.

Las ventanas entonces eran cálidas diapositivas que desplegaban ante nuestros ojos sus íntimas ternuras, nosotros éramos los que al caminar liábamos el gran episodio de la vida.

Mirábamos el gato que reposaba su curvatura de violín, sobre los brazos de una poltrona donde un abuelo cavilaba sus recuerdos.

Vimos a la muchacha peinar su cabellera y atar su melena con una cinta amarilla.

Más allá la costurera prendía con alfileres, sobre un maniquí, la tela azul de un próximo vestido, que semejaba en su falda, una verdadera rosa azulina de cintura delicada.

Una pareja oía atenta las noticias, mientras el hombre acomodaba un toldo oscuro sobre una jaula y ella tejía una larga guarda a bolillo.

Una mujer preparaba su equipaje y sobreponía vestidos en su cuerpo frente a la luna del espejo.

Con amabilidad se saludaban por su nombre los vecinos, comentaban los sucesos del día que ya se retiraba, era el tiempo en que se podía tener la puerta abierta, sacar al jardín una silla, conversar sobre los sueños, bajo la luz de los faroles difusa, tamizada por el follaje de los enormes árboles que pespuntaban la cuadra.

Ese barrio de mi infancia se ha perdido. Las casas son ahora espacios comerciales, las ventanas día y noche permanecen iluminadas, abiertas de par en par, son vidrieras expuestas al mundo, verdaderos santuarios de lo desechable; ya no hay olor a hierba buena, tampoco existe mi madre.

domingo, 16 de enero de 2011

2185


Lanzó una piedra y reconoció, entre la tupida vegetación, ese sonido hueco que se mantenía suspenso y seguía agudizándose, vibrando, para finalmente extinguirse entre la flora que lo rodeaba, siempre ocurría lo mismo con algunos de esos montículos de formas extrañas y fantásticas, al ser golpeados conservaban por un largo instante su sonido de roncos metales.

La noche caería pronto, apuró el paso con su carga de leña sobre los hombros, escuchó aullar a los lobos azules y se introdujo en la caverna.

El viejo hechicero frente al fogón relataba las historias de sus dioses, escuchó que decía:

-” ellos vinieron enfundados en gigantescos animales que caminaban sobre el agua sin hundirse, hablaban con voces de truenos y lanzaban llamaradas, ellos nos trajeron el fuego”-

Luego, cuando la luna mojó las piedras de la entrada, el chamán les tocó en la frente con sus bífidas extremidades verdes. Enseguida los invitó a descansar y a soñar, ellos se acurrucaron enrollados en sus rabos, junto a la tibieza que desprendía sus lenguas suavemente desde las orillas de la hoguera.

jueves, 6 de enero de 2011

DÍAS DE JAZMINES


Algo me ocurre cuando diciembre prorrumpe con el alboroto de los jazmines. La piel se me acaramela, se ilumina mi cabello, la mirada se me torna más oscura.

El veneno de su aroma, el cual me acompañó desnuda en un abrazo, retorna nuevamente a horcajadas del verano. Su perfume sostiene la magia, posee la llave de mi esfera, el pasadizo a mi jardín secreto.

Su fragancia es la pócima que me endulza la tristeza del -ya nunca-, me aletarga, me condena al deseo; lo aspiro hasta sofocarme, hasta sentir que me duele, entonces cierro las ventanas.

Embriagada de esa esencia pegajosa finalmente me duermo hasta el verano próximo, cuando de nuevo me perturben con su fiebre los jazmines y por un instante me devuelvan con su aroma, orillas imposibles.