domingo, 5 de junio de 2011

DÍA DE LLUVIA


Hoy al atardecer se dejó caer la primera lluvia del año; cuando esto ocurre, me gusta poner las macetas en medio del patio y dejarlas allí durante toda la noche. Se ven hermosas, como una pequeña isla en medio de las baldosas; el agua canta distinta sobre ellas dependiendo de las hojas, un coro de vocecillas diminutas y cristalinas golpeando sobre el verde tolderío de las plantas.

Los gatos bajan desde el tejado por el tronco del olivo y husmean curiosos los sonidos que se deslizan a borbotones por las tuberías de los desagües formando pequeños ríos que bajan en la búsqueda de su cause por entre las piedras del pequeño jardín de los helechos.

El viento a veces empuja con su abanico las gotas sobre los vidrios de la galería y la lluvia se hace ronca, trae recuerdos enredados: aromas de braceros, sidra de manzana en las barricas, vapores de castañas asadas, zapallo con miel horneado, el rincón oscuro de las mermeladas, los zapatos expulsando vapor al lado de las estufas, el secador de mimbre con la ropa iluminada...la lluvia aveces se vuelve una tela de fina seda que parece quieta, suspendida solamente sobre el tinte malva que va devorando la luz del día.

El agua baja de las tejas y cae en los barriles donde mi niñez se miraba, forma círculos que en su centro, por menos de un segundo, se hacen lágrimas y estallan. Las últimas hojas del magnolio giran y giran en esos espejos, como ocres embarcaciones abandonadas.

Entro a casa y sigo escuchando esta vez sobre el techo su repique, en algún lugar una gota se ha abierto paso y golpea su ritmo intermitente sobre un recipiente de hojalata.

Me voy a la cama y una vez que apoyo mi cabeza en la almohada entro dichosa en el baile de las gotas por la puerta siempre abierta de mi infancia.