Me habló de los grandes camarones del río, de como levantar las piedras, de hundir las manos como relámpago entre las fisuras, para extraerlos con destreza evadiendo sus pinzas.
"Una vez encontré una langosta azul".
Señalando con sus manos y el mapa curtido de sus palmas, la dimensión de aquel fantástico descubrimiento azulino
Le pregunté observándolo:
¿Realmente era azul, azul?
Y nada dijo sólo me miró. Sí me miró como se mira a una langosta
azul; yo lo miré así, como creo que miraría una langosta azul, al
más apetitoso bocado detenido frente a sus tenazas.
Le compré tres docenas de lustrosos camarones, me saboreé los
dedos húmedos de delicia a medida que extraía su carne blanca,
mientras pensaba en el fugaz e insondable cruce de nuestras
miradas.
Varias veces escondida lo miré pasar detrás de las cortinas. Luego
vino el tiempo de la veda y ya nunca más me han ofertado adquirir
camarones de río, de esos embrujados por una langosta azul.