Apago las luces mientras voy arrastrando la mano por los muros, palpo con mis yemas la fresca superficie de cemento o rozo la tibia madera, donde la sombra del sol dejó su sello. Subo la escalera presionando la lisura del pasamano ; me adentro en un pasillo, luego cruzo un dormitorio y finalmente llego a buen puerto.
La casa sola de noche tiene su propio lenguaje: gotas que balbucean en los cañerías , insomnio de relojes, algunas diminutas sílabas quejumbrosas caen desde las vigas, y un inconstante contraerse de la madera rezongona; los escasos ruidos de la calle se apañan detrás de las persianas.
Caminar de noche en la casa de la ausencia, es percibir los pasos manteniendo un diálogo con las diversas superficies: es así, que cuando cruzan por la cerámica son rotundos, sobre las alfombras murmuran, en la madera parecen una suerte de chapaleo…..tanta diferencia que antes no percibía, lo mismo sucede con las cerraduras, las bisagras, los pestillos, los candados, ni que decir de las puertas, todas con sus propios ecos, que cada una parece que en su sonido llevara un nombre y las identifico con una claridad que me abisma.
Enciendo un fósforo, silba su chasquido luminoso, lo acerco al pabilo, descubro su crepitar de astilla al momento de encenderse y retrocedo lentamente, observando la llama que parece flotar sobre de la mesa de arrimo. Escucho durante un largo rato, el insondable vacío en que cayó mi nombre, él cual ya no viene de su boca.