lunes, 28 de octubre de 2013

CAMARONES DEL RÍO LIMARÍ

 


 
 
 
Me habló de los grandes camarones del río, de como levantar las piedras, de hundir las manos como relámpago entre las fisuras, para extraerlos con destreza evadiendo sus pinzas. 
           Luego me indicó:

        "Una vez encontré una langosta azul".

Señalando con sus manos y el mapa curtido de sus palmas, la dimensión de aquel fantástico descubrimiento azulino
    Le pregunté observándolo:
 
    ¿Realmente era azul, azul?
 
Y nada dijo sólo me miró. Sí me miró como se mira a una langosta
 azul; yo lo miré así, como creo que miraría una langosta azul, al
 más apetitoso bocado detenido frente a sus tenazas.
 
Le compré tres docenas de lustrosos camarones, me saboreé los
dedos húmedos de delicia a medida que extraía su carne blanca,
mientras pensaba en el fugaz e insondable cruce de nuestras
miradas.
 
Varias veces escondida lo miré pasar detrás de las cortinas. Luego
vino el tiempo de la veda y ya nunca más me han ofertado adquirir
camarones de río, de esos embrujados por una langosta azul.
 
 

 

 
 
 


  
 
    


 
 
 
 
 
 



   

 

 

 

 

 

 

miércoles, 14 de diciembre de 2011

AUSENCIA


Apago las luces mientras voy  arrastrando la mano por los muros, palpo  con mis yemas  la fresca superficie de cemento o  rozo la tibia madera,  donde  la sombra del sol dejó su sello. Subo la  escalera   presionando la lisura del pasamano ; me adentro en un pasillo, luego cruzo un dormitorio y finalmente llego a buen puerto.
La casa sola de noche tiene su propio lenguaje:  gotas que balbucean en los cañerías ,  insomnio de relojes, algunas diminutas sílabas quejumbrosas caen desde las vigas, y un inconstante  contraerse  de la madera rezongona;  los escasos ruidos de la calle se apañan detrás de las persianas.
Caminar de noche en la casa de la ausencia, es percibir los pasos  manteniendo un diálogo con las diversas  superficies: es así, que cuando cruzan por la cerámica son rotundos, sobre las alfombras  murmuran, en la madera parecen una suerte de chapaleo…..tanta diferencia que antes no percibía, lo mismo sucede con las cerraduras, las bisagras, los pestillos, los candados, ni que decir de las puertas, todas con sus propios ecos, que cada una parece que en su sonido llevara un nombre y las identifico con una claridad que me abisma.
Enciendo un fósforo, silba su  chasquido luminoso, lo  acerco al pabilo, descubro su crepitar de astilla al momento de  encenderse y retrocedo  lentamente,  observando la llama que parece flotar sobre de la mesa de arrimo. Escucho durante un largo rato, el insondable vacío en que cayó  mi nombre, él cual ya no viene de su boca.

sábado, 30 de julio de 2011

Cuenta gotas


Lo veo despedirse, la historia retrocede en voz baja, atrás se quedan los lugares que caen desde sus labios como en cuenta gotas con sus respectivas anécdotas.

La tarde huele a leña, a colonia inglesa, a vapores homeopáticos.

Mi mano juega con los flecos de la manta que cubre sus piernas, la luz de un día anciano se cuela por los vidrios y resalta sus pómulos, su mirar cansado, sus manos acarician al gato y le susurra palabras cariñosas, como si le hablase a un niño pequeño; el animal antes de entrar maulló lastimosamente tras los vidrios entonces él me dijo:

-déjalo que entre, viene a saludarme-

El gato saltó hasta la cama, le clavó las medias lunas oscuras de su mirada resaltando entre sus brocales de oro y se acercó hasta el borde de la sábana estirando sus patas en espera del roce afectuoso sobre el menguante de su lomo.

Los tres somos una imagen familiar cotidiana, si alguien no supiera lo que ocurre nos vería en una de nuestras rutinas; sólo que el gato no debe acercarse, que pronto serán las siete de la tarde y entonces comenzaré a sacar desde una cajita los pequeños frascos blancos y contaré diez gotas de cada uno que caerán en el agua de un vaso, serán cien gotas, cien círculos diminutos sobre el agua.

La noche traerá un sueño pesado. Tal vez el último y al fin podré llorar a solas sobre la almohada.

domingo, 5 de junio de 2011

DÍA DE LLUVIA


Hoy al atardecer se dejó caer la primera lluvia del año; cuando esto ocurre, me gusta poner las macetas en medio del patio y dejarlas allí durante toda la noche. Se ven hermosas, como una pequeña isla en medio de las baldosas; el agua canta distinta sobre ellas dependiendo de las hojas, un coro de vocecillas diminutas y cristalinas golpeando sobre el verde tolderío de las plantas.

Los gatos bajan desde el tejado por el tronco del olivo y husmean curiosos los sonidos que se deslizan a borbotones por las tuberías de los desagües formando pequeños ríos que bajan en la búsqueda de su cause por entre las piedras del pequeño jardín de los helechos.

El viento a veces empuja con su abanico las gotas sobre los vidrios de la galería y la lluvia se hace ronca, trae recuerdos enredados: aromas de braceros, sidra de manzana en las barricas, vapores de castañas asadas, zapallo con miel horneado, el rincón oscuro de las mermeladas, los zapatos expulsando vapor al lado de las estufas, el secador de mimbre con la ropa iluminada...la lluvia aveces se vuelve una tela de fina seda que parece quieta, suspendida solamente sobre el tinte malva que va devorando la luz del día.

El agua baja de las tejas y cae en los barriles donde mi niñez se miraba, forma círculos que en su centro, por menos de un segundo, se hacen lágrimas y estallan. Las últimas hojas del magnolio giran y giran en esos espejos, como ocres embarcaciones abandonadas.

Entro a casa y sigo escuchando esta vez sobre el techo su repique, en algún lugar una gota se ha abierto paso y golpea su ritmo intermitente sobre un recipiente de hojalata.

Me voy a la cama y una vez que apoyo mi cabeza en la almohada entro dichosa en el baile de las gotas por la puerta siempre abierta de mi infancia.

jueves, 7 de abril de 2011

TINTES OTOÑALES


El otoño esplende en granadas y membrillos, pequeños planetas de oro y lacre azucarados; puestos en el borde de mi ventana, estallan de luz bañados por el sol de la mañana el cual establece su tibia monarquía en las murallas.

El olivo del patio relumbra con su carga de frutos esmeraldados, entre la pátina verde y grisacea de sus hojas aceradas.

Las tencas en el pimiento practican su alboroto de recreo insesante, van y vienen, expulsando desde su garganta trinares exultantes.

En las flores rojas de una enredadera, que semejan pequeños saxofones, los picaflores se disputan el almibar de sus pistilos y el territorio de su fronda.

El plumbago, henchido de racimos, curva en cada rama su cascada de ofrenda, sus bellas constelaciones de azul pálido.

Las bugambilias desde el balcón descuelgan sus cabelleras de púrpura exuberancia.

El otoño se apodera de mi casa y entra en mi corazón siempre enamorado de su gracia.

sábado, 5 de marzo de 2011

TEODORA


Mientras cruza escoltada entre la muchedumbre, distingue entre la multitud a un pordiosero en cuclillas y por un momento retrocede: al callejón de las ratas, a sus diminutos pies cubiertos de lodo, a los deshilachados bordes de su túnica serpenteando entre el laberinto de callejas sinuosas y estrechas que desembocan en el gran bazar techado.

Regresan sus ojazos de niña a contemplar el collarín que rodea el cuello de los osos domesticados, el relámpago de los tigres tras los barrotes de las jaulas, el comienzo del brutal despertar de su carne a los trece años. Intenta poner cortinas de niebla en la remembranza que se escapó sin consentimiento y ocupa su puesto real en la tribuna.

Algo se rompe en ella y se filtra con mayor intensidad a medida que pasan los años.

viernes, 25 de febrero de 2011

CANSANCIO


Remigio observa la pátina del rocío, situando su cristalería en el verdor de sus plantaciones, contempla la neblina recordando las veces, en que ésta sembró su luz de nieve en los azahares marchitos.

Sabe que ni el bordillo, ni el oro de la ceca, podrán compensar esa nostalgia, la que como una rata roe su corazón maltrecho. La herrumbre trafica agazapada con sus vestiduras de tristeza, dispersa entre los panales de lumbre, aquellos donde su abuela sembró melgas de ternura bajo inquebrantables aguaceros.

Remigio mira pasar los días, sentado frente al río, como si desde un calendario miserable se descolgara el tiempo.

Ve cruzar las nabes de cabotaje hastiadas de supercherías, sobre un agua turbia preñada de secretos corruptos, cansada de bregar con leños muertos, con islotes enmarañanados subiendo con las mareas, transportando garzas o nidos de serpientes.

Retrocede y masculla parafrasendo... no volveremos nunca a bañarnos en las aguas de un mismo río... regresa a su casa y como todos los días, sentado en la oscuridad de sus habitaciones, empuña el arma que no será capáz de hacer estallar contra sus sienes.

El Cerro Amarillo se vestirá de aromos y sabe que ya nunca volverán a mojarse sus hombros, con ese viso lunar que hace un descanso en la ventana, donde su cristalina adolescencia sigue acodada, repleta de sueños intactos.