sábado, 25 de diciembre de 2010

GUADALUPE ALCÁNTARA


Guadalupe nunca pudo hacer pan en su casa, el agrio aroma de la levadura rasgaba costras en su memoria.

Los domingos en la tarde, los panaderos freían grasa en enormes pailas saturando el aire con olores penetrantes y rancios.

Ella abortó en cuclillas en el cuarto de la espuma, escuchando el burbujear de la levadura en las piletas donde bullían los fermentos.

Al salir, cruzó frente a los hombres, como un pálido fantasma, iba erguida, apretando los puños, temblando después de vaciarse en medio de un relámpago que le trisó las caderas, sosteniendo el dolor que le había abierto las rodillas, como si desde adentro algo tratara de separar sus huesos.

Antes de encerrarse en su cuarto, divisó a las mujeres de la casa marchando en romería camino de la iglesia para asistir a la Misa del Gallo.

Guadalupe nunca pudo hacer el pan en su casa; tampoco consiguió volver a freír tocino.Añadir imagen

Durante un año, estuvo comiendo a puñados polvo de ladrillos, el tiempo de adviento no existió nunca más para ella en su calendario, jamás entonó una nana y detestó por siempre a los hombres de ojos claros.

martes, 7 de diciembre de 2010

LOS ÚLTIMOS GIRASOLES


Yo tan extranjera de mi piel, sabiéndome únicamente en tu mirada, buscando siempre la remota posibilidad de encontrarte antes que los relojes me detengan para rescatar la vida que llevo prendida a la tuya.


Tránsfuga bebiéndome el deseo, como quien arriba junto a un pozo después de la más árida jornada.


Nada soy lejana de tu hoguera, que templa escarchas de ausencias, en estos días en que los girasoles cabizbajos ya no saben de la luz y sus corolas se inclinan hacia la tierra, para mezclarse entre la hojarasca y los abrojos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

LA CASA DE FELISA


Para algunos como yo, la vida se ilumina después de subir tres escalones.

La casa de Felisa es un como un pequeño mercado de cosas bellas, desde los espejos que dan mayor amplitud al espacio pequeñito de sus habitaciones, hasta las cuñas de madera que semejan animalitos y que permiten mantener las puertas entreabiertas.

Ella escribe cartas de amor no correspondido, ese es su oficio, las personas que desean expresar sus sentimientos acuden a ella.

Para eso tiene un lugar especial, siempre adornado con flores frescas, el visitante tiene un asiento que se acomoda a su cuerpo igual si para él hubiese sido hecho, la ventana se ilumina con las macetas de geranios que bordean el alfeizar, su tizana de hierba buena y toronjil, junto a sus galletas de avena y clavo de olor perfuman el ambiente y milagrosamente disipan el desconsuelo.

Los clientes relatan sus historias y ella escucha con ternura, así va entrando al relato y vestida con otra vida, es capaz de hacer llegar al destinatario el sentir de un corazón y alivianar el alma.

No importa que tan grande sea la tristeza de la nostalgia o el abandono que aflijan al visitante, éste siempre bajará los cuatro peldaños con un ramito de lavanda y la sonrisa de Felisa flotando liviana en su corazón ya menos atribulado.

LIAN MEI


Lian Mei era tímida, ella se encargaba de encender los faroles en el pabellón de la favorita Y Admiraba los kimonos, los peinados, la belleza de sus rasgos, el ocio taciturno de sus manos.

Ella era apenas una sombra diminuta, no fue vistosa, ni bonita, siempre estuvo pendiente del estanque de los peces nacarados; su vida nunca tuvo sobresaltos, nadie supo como llegó a palacio, pero se sospechaba, porque ella, al igual que el emperador, poseía un mechón blanco en sus cabellos

Lian Mei abandonó el palacio a la muerte del soberano y lo hizo en compañía de la favorita.

Contrario a esos pájaros a los que sacan de la jaula, cuando ya se olvidaron del vuelo, ella se adaptó. Disfrutó el bullicio del barrio, el hormigueo en los pasillos del mercado, los Años Nuevos multitudinarios y poco o nada le gustaba retroceder a sus días de palacio.

martes, 30 de noviembre de 2010

ENVEJECER


¿Qué habrán visto ellas con el correr del tiempo? tal vez:


Niños en la vereda saltando en un pie, jugando a golpear una latita brincando a la rayuela

Mudanzas trasladando el equipaje de los sueños

La lluvia en invierno, golpeteando sus uñas en los adoquines y los vidrios

El paso de los caballos en la madrugada, expulsando como un velo su aliento

Los perros arqueando sus lomos desperezándose de la siesta

Nidos construyéndose en las encumbradas barandas de la primavera

La milagrosa llegada del cartero

Las noches de verano tachonadas de estrellas y aire tibio

Las despedida sin regreso.


Así quisiera, al igual que ellas, envejecer contigo.

domingo, 28 de noviembre de 2010

ENSAYO PARA UNA ISLA INCIERTA FINAL


La hora más triste finalmente ha llegado, es tiempo de marcharse.

Sacamos el equipaje, la casa se cierra, bajamos hasta el borde del río, desde la distancia el contempla la fachada y me consulta:

-¿Qué color crees qué combinaría con el tono de los muros oye?-

El matiz de la casa es de un amarillo pálido, se me imagina que podría armonizar con un verde oliva, y trato de encontrar entre toda la gama vegetal que nos circunda un ejemplo de este viso, no lo encuentro y de pronto descubro que siempre ha estado presente, Él lo lleva en sus ojos:

-eso es afirmo-

Como si hablase al viento, mientras me detengo en su mirada,

entonces murmuro:

-Sólo debes solicitar la pintura del color de tus ojos-

Sonríe, su mano revuelve mi cabello.

Nos situamos bajo la sombra de un árbol, los perros presienten su alejamiento, y dan frenéticas carreras, giros alrededor nuestro. Descubro que una pequeña palmera se ha quebrado y luce sus brotes vencidos, busco algo con que sostenerla y finalmente la ayudo a mantenerse erguida rodeándola con un trozo de plástico, mientras esperamos por un pasajero, él que finalmente decide no venir con nosotros, en el intertanto, recogemos unos clavos que están desperdigados en el terreno producto de una construcción abandonada; es un hacer algo por llenar un vacío, como una pausa de silencio antes de que se avecine una tormenta.

La correntada del río ha bajado y la embarcación, descansa sobre la arena. Él realiza un gran esfuerzo para girarla y poco a poco consigue introducirla en el agua, trasladamos los bultos en silencio, no puedo hablar, (es tan desagradable ese malestar que se me asienta en la garganta) agradezco el paisaje con el que intento sujetarme, para evitar la fuga y la nostalgia de los brazos que me rodearon de noche.

Me dice:

- Regresaremos por un sitio distinto, para que conozcas otros lugares-

Y es así como abandonamos la isla, internándonos en sentido contrario y me aparto del sitio, sacándome al menos una carga, no guardar el recuerdo perdiéndose en la distancia, del lugar donde he sido feliz, una vez más procuro como de costumbre no volver la vista atrás, escucho apagarse los ladridos.(ahora cuando la distancia es tan amplia pienso que hubiese sido mejor, en vez de buscar clavos, volcar la cantidad de dulzura que de tanta me lastimaba)

Una garza nos acompaña durante un largo trecho frente a la proa, como un guía indicándonos la ruta, es un delgado brazo del río, que corre entre la fronda, el maneja de pié la lancha avistando desde la distancia los troncos que arrastra la corriente, esquivando la parsimonia de los camalotes.

De pronto surge el gran río, y la velocidad se hace enorme, pasamos sobre el oleaje que provocan las naves de cabotaje, el viento agita nuestros cabellos la ciudad se nos viene encima con su verdad despiadada.

Su mano anuda una cuerda, toma la mía y en silencio descendemos.