sábado, 5 de marzo de 2011

TEODORA


Mientras cruza escoltada entre la muchedumbre, distingue entre la multitud a un pordiosero en cuclillas y por un momento retrocede: al callejón de las ratas, a sus diminutos pies cubiertos de lodo, a los deshilachados bordes de su túnica serpenteando entre el laberinto de callejas sinuosas y estrechas que desembocan en el gran bazar techado.

Regresan sus ojazos de niña a contemplar el collarín que rodea el cuello de los osos domesticados, el relámpago de los tigres tras los barrotes de las jaulas, el comienzo del brutal despertar de su carne a los trece años. Intenta poner cortinas de niebla en la remembranza que se escapó sin consentimiento y ocupa su puesto real en la tribuna.

Algo se rompe en ella y se filtra con mayor intensidad a medida que pasan los años.

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