Esta condición de ser maleza y empecinarme en crecer al borde de la piedra, me otorga algunas ventajas, como que no entraré a ningún invernadero, nadie cortará mis flores, por lo tanto disfruto de muchas prerrogativas: no soy apreciada por las pestes, ni los parásitos, no le intereso a las floritas ni a los jardineros.
Soy apetecida eso sí por las abejas y sus alas siempre transportan nuevas historias, perfumes de jardines y por si esto fuera poco, hace varios días desde el comienzo de la primavera, un picaflor se ha fijado en mí y a diario me visita. La delicia de su contacto libando entre mis pétalos no se asemeja a nada parecido; lo más sobresaliente que antes había celebrado fue el paso de un caracol, que delineó una huella luminosa entre mis hojas y me produjo un placer intenso, pero nada ha sido semejante a la visita del colibrí.
Me encanta ser maleza a buen resguardo del jardín.
Es una bella reflexión, donde describes de que todo lo que existe en la naturaleza cumple un papel importante en la armonía del mundo. Excelente.
ResponderEliminarVíctor Manuel
De mucho gusto, amiga. Beso
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