viernes, 25 de febrero de 2011

CANSANCIO


Remigio observa la pátina del rocío, situando su cristalería en el verdor de sus plantaciones, contempla la neblina recordando las veces, en que ésta sembró su luz de nieve en los azahares marchitos.

Sabe que ni el bordillo, ni el oro de la ceca, podrán compensar esa nostalgia, la que como una rata roe su corazón maltrecho. La herrumbre trafica agazapada con sus vestiduras de tristeza, dispersa entre los panales de lumbre, aquellos donde su abuela sembró melgas de ternura bajo inquebrantables aguaceros.

Remigio mira pasar los días, sentado frente al río, como si desde un calendario miserable se descolgara el tiempo.

Ve cruzar las nabes de cabotaje hastiadas de supercherías, sobre un agua turbia preñada de secretos corruptos, cansada de bregar con leños muertos, con islotes enmarañanados subiendo con las mareas, transportando garzas o nidos de serpientes.

Retrocede y masculla parafrasendo... no volveremos nunca a bañarnos en las aguas de un mismo río... regresa a su casa y como todos los días, sentado en la oscuridad de sus habitaciones, empuña el arma que no será capáz de hacer estallar contra sus sienes.

El Cerro Amarillo se vestirá de aromos y sabe que ya nunca volverán a mojarse sus hombros, con ese viso lunar que hace un descanso en la ventana, donde su cristalina adolescencia sigue acodada, repleta de sueños intactos.

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