domingo, 28 de noviembre de 2010

ENSAYO PARA UNA ISLA INCIERTA FINAL


La hora más triste finalmente ha llegado, es tiempo de marcharse.

Sacamos el equipaje, la casa se cierra, bajamos hasta el borde del río, desde la distancia el contempla la fachada y me consulta:

-¿Qué color crees qué combinaría con el tono de los muros oye?-

El matiz de la casa es de un amarillo pálido, se me imagina que podría armonizar con un verde oliva, y trato de encontrar entre toda la gama vegetal que nos circunda un ejemplo de este viso, no lo encuentro y de pronto descubro que siempre ha estado presente, Él lo lleva en sus ojos:

-eso es afirmo-

Como si hablase al viento, mientras me detengo en su mirada,

entonces murmuro:

-Sólo debes solicitar la pintura del color de tus ojos-

Sonríe, su mano revuelve mi cabello.

Nos situamos bajo la sombra de un árbol, los perros presienten su alejamiento, y dan frenéticas carreras, giros alrededor nuestro. Descubro que una pequeña palmera se ha quebrado y luce sus brotes vencidos, busco algo con que sostenerla y finalmente la ayudo a mantenerse erguida rodeándola con un trozo de plástico, mientras esperamos por un pasajero, él que finalmente decide no venir con nosotros, en el intertanto, recogemos unos clavos que están desperdigados en el terreno producto de una construcción abandonada; es un hacer algo por llenar un vacío, como una pausa de silencio antes de que se avecine una tormenta.

La correntada del río ha bajado y la embarcación, descansa sobre la arena. Él realiza un gran esfuerzo para girarla y poco a poco consigue introducirla en el agua, trasladamos los bultos en silencio, no puedo hablar, (es tan desagradable ese malestar que se me asienta en la garganta) agradezco el paisaje con el que intento sujetarme, para evitar la fuga y la nostalgia de los brazos que me rodearon de noche.

Me dice:

- Regresaremos por un sitio distinto, para que conozcas otros lugares-

Y es así como abandonamos la isla, internándonos en sentido contrario y me aparto del sitio, sacándome al menos una carga, no guardar el recuerdo perdiéndose en la distancia, del lugar donde he sido feliz, una vez más procuro como de costumbre no volver la vista atrás, escucho apagarse los ladridos.(ahora cuando la distancia es tan amplia pienso que hubiese sido mejor, en vez de buscar clavos, volcar la cantidad de dulzura que de tanta me lastimaba)

Una garza nos acompaña durante un largo trecho frente a la proa, como un guía indicándonos la ruta, es un delgado brazo del río, que corre entre la fronda, el maneja de pié la lancha avistando desde la distancia los troncos que arrastra la corriente, esquivando la parsimonia de los camalotes.

De pronto surge el gran río, y la velocidad se hace enorme, pasamos sobre el oleaje que provocan las naves de cabotaje, el viento agita nuestros cabellos la ciudad se nos viene encima con su verdad despiadada.

Su mano anuda una cuerda, toma la mía y en silencio descendemos.

4 comentarios:

  1. Gracias por el convite , mui bon esto seu Blog, con admiración,
    Efigenia

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  2. Siempre ese aroma tibio y húmedo que tus palabras emanan creando un mundo de ensoñación, donde la nostalgia y la ternura envuelven creando un marco de sobria inquietud.
    Me conmueves.

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  3. Wow, que poesia y narrativa tan madura, tan correcta, tan limpia, mis respetos, maestra.

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  4. Debieran esos muros tener el color de tus ojos.
    Como el río.

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