martes, 23 de noviembre de 2010

ENSAYO PARA UNA ISLA INCIERTA I


Le dije presumiendo:

-"Soy terca como la ventisca, imprescindible como cuchilla, a veces no regreso".-

Es extraño perdurar estando tan lejana, oír aún el ruido sordo de los motores remontando el río, ver las verdes islas migratorias de los camalotes con sus corolas lilas, la nave de cabotaje abandonada en la orilla, con su jardín salvaje en la cubierta, repleta de raíces en la sentina.

Al desembarcar, sólo los perros y el silencio nos acompañaban.

Subimos por una escala de madera y entramos a la casa de adobe.

La vivienda era muy sombría, tenía un frescor agradable, era una pausa entre el calor de diciembre fermentando anhelos, él removió la sal del cajón donde se conservaba la carne, sacó un trozo y lo mordió aprobando su sabor, luego se detuvo y observó un boceto desteñido que colgaba inclinado en el muro de la habitación, después abrió una ventana, empujó unos postigos y la vida, como una postal, se detuvo en el verdor amarillento de la floresta, en el diminuto bosque de bambúes, en ese paisaje siempre rodeado por un aura de oro, esa que le otorgaban los vilanos, los cuales iluminados por el sol, revoloteaban en un baile infinito.

Alguien cruzó silbando por el río, los insectos pespuntaban la tarde con sus zumbidos. Me besó hundiendo su mano en mi pelo y mi nombre cayó de su boca a mi oído ataviado de agua y deseo.

La casa era hermosa a fuerza de ser triste; creo que en ella se vivían las luciérnagas, las vi salir de allí por las noches.

Yo también voy escrita en este paisaje, pero no conservo pruebas, la gente sólo cree en las fotografías.

Yo soy la nodriza loca de los sueños antiquísimos y Él es un sueño irremplazable de mis sueños.


continuará....





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