viernes, 26 de noviembre de 2010

ENSAYO PARA UNA ISLA INCIERTA IV


El día repliega su alto crepitar de girasoles y la noche hace su entrada en el Delta desplegando su tapicería de índigos y esparciendo discreta sus alhajas.

Él Navegante, llama a los perros: estos se alborotan, corren, le rodean con su amor de bestias humildes atentas a su mandato, buscan la tosca ternura de su mano sobre sus lomos, o el juego de abrir sus hocicos, distinguiéndolos con frases de cariño, circulan a su lado felices; La noche, un sendero que cruzamos con linterna.

Las chicharras ocultan el susurro del río, una luz cruza sobre el agua y como una diapositiva difusa, la cabina de una nave se proyecta entre las sombras, las luciérnagas salpican con sus cerillas fosforescentes la hirsuta cabellera del bosque.

Él, pasa junto a mí y suele decir cosas como estas: - “Vamos a encender las luces, oye”- , -“Pondremos música, oye”- Hay en su forma de conectarse conmigo algo de anacrónico, como si todo estuviese dicho de antemano, como si yo, todo lo diese por sabido, como si durante cuarenta años yo hubiese andado a su costado…y yo lo dejo hacer, soy incapaz de solicitar su abrazo, incapaz de decir:

-“ sostenme, tengo miedo de mañana…tengo tanto miedo de mañana”-

Nos sentamos bajo las estrellas, estamos atados por la radio que nos regala canciones pasadas de moda, al finalizar las transmisiones, nos refugiamos en la tibieza de una casa que conserva la fiebre solar del medio día.


continua...

1 comentario: