domingo, 21 de noviembre de 2010

PESTE DE HASTÍO


Ayer arribaron a palacio los mercaderes, ellos portaban envueltos en sudarios de seda el sueño de las mariposas, traían millares de capullos para hacer estallar ante mí la fiesta de su jolgorio.

El emperador quiere salvarme de la peste melancólica, ha enloquecido y ordena florecer ciruelos mientras la nieve no cesa de promulgar sus plumerías.

Me sienta ante el y desde una jaula extrae mariposas, despega sus alas y con su saliva las sostiene sobre mi boca, no puedo moverme, es la orden; lloro.

Su furia me ciñe y me condena a tres días en el foso, mientras él, sonámbulo de amapolas y enamorado, solloza en sus habitaciones.

Las grullas imperiales se desvanecen de los lienzos, en las banderas flamea la furia de los dragones, los faroles parpadean encendiendo el tisú de sus fanales, estallan cientos de vasijas con vino de crisantemos y las plantas de té funden sus retoños.

La vieja emperatriz sonríe, sabe que mi tiempo ha concluido.

El guardador del jardín de las camelias, sacude sus follajes, deja caer como un beso algunos pétalos que me trae el agua entre sus hilos.

El Emperador con furia escribe mi nombre sobre el hombro de la pequeña concubina.

En la Ciudad del Misterio la nieve no concluye sus plumerías.


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